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En los vagos crepúsculos del alma.
Que en las noches serenas,
Y en los rayos de luna columpiadas,
Se acercan, y se alejan y en los aires
Las lentas trovas del dolor ensayan:
Ese impulso secreto
Que, aun de entre las lágrimas,
Hace brotar a: veces las sonrisas
Como luces que rielan en las aguas.
Que el polen encendido
Lleva de palma a palma.
Y hace nacer los lirios en las tumbas.
Y en el dolor abriga la esperanza.
Quizá la niña, en cuyos dulces ojos
Se mueven las miradas
Como insectos de luz aprisionados
En urnas de cristal negras y diáfanas,
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J UAN ZORRI LLA DE SAN MARTÍ N
Allí, en la tierra en que una raza expira,
Es la nota con alas
Que mezclada a un acorde moribundo,
De gritos de dolor hará plegarias.
El Uruguay, al verla en sus orillas,
Palpitaba en sus aguas,
Y templaba en los juncos, y en la arena
Dejaba notas, quejas y palabras.
El astro que pasea las colinas,
Con su dulce mirada
Seguía a la española que en la tarde
Paseaba tristemente por la playa;
Y buscaba sus ojos cuando, sola,
Sentada en la barranca,
Quedaba confundida en las tinieblas
Que sus esbeltas líneas esfumaban.
Parece que este mundo americano
A aquella niña aguarda
Porque en sus ojos brillen sus estrellas,
Porque su viento pueda acariciarla,
Porque sus flores tengan quien recoja
La esencia de sus almas
Y las corrientes de sus grandes ríos
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T A B A R É
Que oiga y ame sus canciones vagas.
IV
Era una hermosa tarde.
Huía la sonrisa de los cielos
En los labios del sol que la llevaba
A imprimirla en la faz de otro hemisferio.
De su excursión al bosque
Tornan Gonzalo y diez arcabuceros,
Fue eficaz la batida: un grupo de indios
Viene sombrío caminando entre ellos.
Otros muchos quedaron
Tendidos en el campo; el viento fresco
La sangre orea en las hispanas armas,
Y en la piel de los indios prisioneros.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .... ... ... ... ... ... ...
No son tigres, aunque algo
Del ademán siniestro
Del dueño de las selvas se refleja
En su fiera actitud. Caminan; vedlos.
Son el hombre charrúa,
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J UAN ZORRI LLA DE SAN MARTÍ N
La sangre del desierto,
La desgracia estirpe que agoniza
Sin hogar en la tierra ni en el cielo,
Se estrechan se revuelven,
Las frentes sobre el pecho,
En los ojos obscuros el abismo,
Y en el abismo luz, luz y misterio.
Parece que en el fondo
De esos ojos a intervalos,
Un monstruo luminoso se moviera
Sus anillos flexibles revolviendo;
Con rápidos espasmos
Se sacuden sus miembros;
Sus músculos elásticos y duros
Al salto y la carrera están dispuestos;
La sangre apresurada
Circula bajo de ellos
Como corre callado entre las breñas
Un rebaño de fieras que va huyendo;
No hay en su rostro inmóvil
Ni siquiera un reflejo
Del espíritu extraño y concentrado
Que, al parecer, lo anima desde lejos;
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T A B A R É
Se advierte en su mirada
Un constante recelo,
Y una impasible languidez que tiene
Algo de triste, mucho de siniestro.
Son esbeltas sus formas,
Duros sus movimientos;
La tez cobriza, el pómulo saliente,
Negros los ojos, como el odio negros.
Sobre los fuertes hombros
Se derrama el cabello
En crenchas lacias. rígidas y obscuras,
Que enlutan más aquel huraño aspecto.
Pupila prolongada
Que prolongó el acecho:
Dilatada nariz y estrecha frente
A que se ajusta enhiesto.
Un erizado matorral de plumas
De colores diversos
Que parecen brotar de la cabeza
Como brotan de un tronco los renuevos.
Jamás mira de frente,
Jamás alza la voz: muere en silencio,
Jamás un signo de dolor se posa
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J UAN ZORRI LLA DE SAN MARTÍ N
Entre sus labios pálidos y gruesos.
No borra ni el suplicio
Su ademán de desprecio
Sólo el combate en su fragor arranca
Estridente alarido de su pecho.
Entonces, semejantes
A los colmillos del jaguar sediento,
Brillan entre los labios del salvaje
Los dientes blancos con horrible gesto.
Son el hombre-charrúa
La sangre del desierto,
La desgraciada estirpe que agoniza
Sin hogar en la tierra ni en el cielo.
V
El grupo de Indios, como viva masa
De apeñuscados cuerpos,
Adelanta, rodeado de arcabuces,
Entre las casas del pajizo pueblo.
Salen de sus viviendas las mujeres
Y los hombres a verlos;
Ni una impresión se nota en sus semblantes,
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T A B A R É
Todos caminan impasibles, fieros.
Ah!... todos no: miradlo. ¿Quién es ese
Que se detiene trémulo?
¿No es su pupila azul? Azul, no hay duda.
¿Que hay en ella? ¿Terror? ¿Asombro? ¿Miedo?
¡Extraño ser! ¿Qué raza da sus líneas
A ese organismo esbelto?
Hay en su cráneo hogar para la idea,
Hay en su frente espacio para el genio.
Esa línea es charrúa; esa otra. .. humana.
Ese mirar es tierno. ..
¿No hay en el fondo de esos ojos claros
Un ser oculto con los ojos negros?
La blanda piel de un tigre
Ha ceñido su cuerpo;
No se ha pintado el rostro, ni su labio
Ha atravesado el signo del guerrero.
Es pálido, muy triste; en su semblante
Y en su azorado aspecto,
Hay algo misterioso
Que inspira amor, o desazón, o duelo.
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