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alto y claro. El enorme cthoniano (al que posiblemente no habían molestado en milenios)
había comenzado a salir de su sueño comatoso unas horas antes y empezaba a estar
más alerta, su mente monstruosa formando visiones más claras para que Finch
«sintonizara» con ellas. Crow, con unos poderosos prismáticos alrededor de su cuello,
escudriñaba con intensidad a las personas y vehículos que parecían de Juguete y que se
movían en la distante telaraña que conformaban los caminos y senderos abiertos en la
marchita y cenicienta maleza.
Un land-rover, escupiendo arena y flores silvestres, lanzaba por el tubo de escape un
humo azulado a medida que alimentaba el motor en el escaso y seco follaje en la ladera
de nuestra colina. La brillante bufanda amarilla del conductor lo identificaba como Bernard
«Pongo» Jordan en persona. Subía hasta nuestro punto de ventaja, desde donde
esperaba fotografiar la matanza. Ello no reflejaba «algo» morboso por parte de Jordan,
todo lo contrario, ya que cualquier información sobre las DCC era de la mayor importancia
para la Fundación Wilmarth. Una vez muertos, la mayoría de los cthonianos se
descomponían a tanta velocidad que la identificación de su materia resultaba literalmente
imposible..., y muy pocas de las diversas especies poseían algo que se aproximara
remotamente a una estructura ósea. Incluso el registro de un latido -o el batir de cualquier
órgano que la criatura tuviera como corazón- sería valioso; principalmente, era el
sanguinolento borbotear de los fluidos alienígenas lo que Pongo pretendía filmar.
En cuestión de minutos, el land-rover había subido hasta la cima donde nos
encontrábamos. Pongo viró el vehículo y lo aparcó con cierto descuido al lado del gran
Mercedes negro de Crow. Antes de que el motor se apagara por completo, el alto hombre
de Yorkshire se había unido a nosotros. Sacó una petaca del bolsillo de su cazadora
vaquera y bebió un buen sorbo antes de ofrecerle el whisky a Crow, quien lo rechazó con
una sonrisa.
-No, gracias, Pongo... Prefiero el brandy. Tenemos una cantimplora en el coche.
-¿Usted, De Marigny? -la voz del hombre, a pesar de su rudeza, sonó tensa, nerviosa. -
Sí, gracias.
Cogí la petaca. En realidad, apenas me hacía falta el trago, pero el nerviosismo de
Jordán resultaba contagioso. Y no era de extrañar, porque había algo... en alguna parte...
maligno. Todos podíamos sentirlo; una perturbadora sensación de inminente, bueno, algo
en el aire. La tranquilidad que precede a la tormenta.
La voz de Gordon Finch nos llegó más alta, más clara a través del transmisor, que
Peaslee había puesto al volumen máximo con el fin de que escucháramos todos.
-La cosa no está del todo despierta todavía, sigue medio dormida, pero sabe que
sucede algo. Penetraré más en su mente, veré lo que consigo captar.
-Cuidado, Finch -advirtió rápidamente Peaslee-. Haga lo que haga, no alerte a la
criatura. Desconocemos... de lo que es capaz.
Tal vez durante medio minuto reinó un silencio casi audible en el transmisor. Entonces,
en el mismo instante en que Jordan recordó que sólo quedaban seis minutos de
perforación, la voz de Finch, etérea ahora que su mente había profundizado en la
mentalidad miásmica del cthoniano, surgió de nuevo por el receptor de Peaslee.
-¡Es... extraño/Las sensaciones más extrañas que he experimentado jamás. Hay una
presión, el peso de incontables toneladas de... roca. -La voz se perdió. Peaslee aguardó
un segundo; luego, restalló: -¡Finch, recupérese! ¿Qué va mal? -¿Eh? -Casi vi al telépata
sacudiéndose. Su tono sonó ansioso-: No ocurre nada, profesor, pero quiero ir más
profundo. ¡Me parece que puedo llegar al interior de éste!
-Lo prohibo... -comenzó Peaslee. -Nunca le prohiba algo a un inglés -la voz de Finch se
endureció-. Dentro de unos minutos, la cosa habrá sido aniquilada, desaparecerá para
siempre..., y tiene millones de años. Quiero... ¡quiero conocerla!
Otra vez reinó el silencio en el transmisor, y la agitación de Peaslee creció con cada
segundo que transcurría. Entonces...
-Presión... -la voz sonaba más baja, como si estuviera en trance-. Toneladas y
toneladas de peso... aplastante.
-¿En qué lugar de ahí abajo se encuentra? -preguntó bruscamente Crow, sin apartar ni
por un instante los prismáticos de los ojos.
-En la cabaña de mando que hay al lado de la perforadora -respondió Jordán, y la
cámara comenzó a zumbar en sus manos-. Los otros ya habrán empezado a despejar la
zona, a retroceder -todos a excepción de los chicos que manejan la perforadora-. Y Finch
también debería largarse. Se ahogará en barro en el momento en que la cosa salga; y
cuando lancen la bomba... -No terminó de expresar lo que pensaba.
Por «bomba» sabía que se refería al arpón explosivo situado en la cabeza de la gran
perforadora. Tan pronto como atravesara el tejido más suave del cthoniano, la bomba se
detonaría automáticamente, disparándose hacia las entrañas del monstruo antes de
explotar. Se suponía que Finch ya habría roto el contacto con la criatura. -Cuatro minutos
-anunció Pongo. -¿Atrapado!-nos llegó de nuevo la voz de Finch-.¿Atrapado aquí...
ABAJO! No ha cambiado nada... Pero ¿por qué despierto? Sólo tengo que flexionar los
músculos de mi cuerpo para soltarme, para ser libre de ir -tal como fui hace tanto tiempo-
en busca de las pequeñas criaturas..., para saciar esta inmensa sed con su sangre...
"¿Ahhh! Veo a los pequeños en mi mente tal como los recuerdo, cuando en el pasado,
siguiendo el gran rugido y oscilación de la tierra, ¡quedé libre! Con sus pequeñas
extremidades, sus cuerpos peludos y sus inútiles mazos. Recuerdo sus gritos mientras los
absorbía a mi cuerpo.
"¡Pero no me atrevo, no PUEDO liberarme! A pesar de mi fuerza, un poder mayor me
contiene, las cadenas mentales de ELLOS y sus barreras... los Grandes Dioses Mayores
que me aprisionaron hace tanto, tanto tiempo..., que volvieron a encarcelarme después de
una fugaz libertad, cuando la tierra se abrió y sus sellos se rompieron. ¡SIGO prisionero, y
más aún, hay... peligro!" -¡Finch, salga de ahí! -Aulló frenéticamente Peaslee en el
transmisor-. ¡Deje a la cosa, hombre, y lárguese!
-¡Peligro! -la voz ahora alienígena de Finch continuó, farfullante y ronca-. ¡Puedo
sentir... a los pequeños! Muchos de ellos... sohre mí... ¡Se acerca algo!
-¡Sólo quedan dos minutos! -soltó Jordán con voz temblorosa.
Del transmisor únicamente salía un jadeo áspero y, por encima del mismo, se escuchó
la sorprendida exclamación de Crow:
-¡Yo también la siento! Está enviando sondeos mentales. Sabe por qué nos
encontramos aquí. Es más inteligente de lo que creímos, Peaslee, superior a todas las
que nos hemos enfrentado hasta ahora. -Dejó que los prismáticos le colgaran del cuello, y
se llevó las manos a los oídos, como si quisiera acallar un sonido terrible. Cerró los ojos, y
la cara se le retorció de dolor-. La cosa está asustada... ¡No, iracunda!¡Dios mío!
-¡No estoy indefensa, pequeños!-Gritó la voz horriblemente alterada de Finch por el
receptor-. Sí atrapada, pero NO indefensa. Habéis aprendido mucho con el paso del
tiempo..., ¡pero yo también tengo poderes! No soy capaz de parar eso que enviáis girando
hasta mí..., pero tengo... ¡poderes!
Crow emitió un grito ronco y cayó de rodillas, tambaleándose hacia delante y atrás,
cogiéndose frenéticamente la cabeza. ¡En ese momento me alegró que mis propios
talentos psíquicos o telepáticos no estuvieran tan desarrollados!
-¡El cielo! -exclamó Peaslee, desviando mi atención del postrado Titus Crow-. ¡Miren el
cielo!
Unas nubes negras se agitaban y remolineaban allí donde sólo unos momentos atrás
había un cielo gris, mientras los relámpagos atravesaban el caldero hirviente dé las
repentinas ráfagas de aire. Un segundo más tarde se alzó otra ráfaga, sacudiendo
nuestros abrigos y arrebatándole a Jordan la bufanda amarilla. Abajo, en la depresión, los
matorrales se soltaron de la tierra arenosa para subir dando vueltas como si se
encontraran a merced de un enjambre de remolinos de polvo.
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